Decálogo del cabello rizado.

1) Hidratar, hidratar, hidratar. Hazte adicta a los productos para hidratar, sobre todo, naturales. Aceite de coco orgánico y acondicionador de coco marca Suave son mis dos productos favoritos (*)

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2) Cortar las puntas periódicamente. El cabello rizado se parte fácil (¿alguien dijo nudos?).

3) No secar el cabello con toallas. El material de las toallas ¨engrifa¨ el cabello, mejor envuélvelo en una camiseta de algodón hasta que absorba el exceso de agua y después dejar secar al aire.

4) Dormir con una piña o trenzas. El objetivo es evitar que el cabello roce con la almohada durante toda la noche, esto aplasta los rizos. La piña consiste en recoger todo el cabello en una cola sobre el tope del cráneo (yo, personalmente, me hago una trenza con el cabello recogido o muchas trencitas finas). También recomiendan envolver todo el cabello en un pañuelo de satín (hay incluso unos gorros como los de baño), pero en este calor eso es un poco difícil.

5) Desenredar cuando esté mojado. Usa un peine de dientes anchos y, con el acondicionador puesto, desenreda. Con paciencia, desatando cada nudo.

6) Renunciar al calor, ya sea blower, secador o tenazas. Lo siento.

7) Dile no a los sulfatos, siliconas y demás productos artificiales. Si no lo puedes pronunciar no debes comerlo ni aplicar a tu cabello. Aprenderás a leer todas las etiquetas. Estos son los peores enemigos de tus rizos. ¡Atenta!

8) No usar cepillos regulares ni cepillar cuando esté seco. Jamás cepilles tu cabello.

9) Paciencia. Probar y probar hasta encontrar el método y productos que te funcionen.

10) No ser tacaña con el acondicionador. Nunca es demasiado. Te lo prometo.

OJO:  en la foto el que parece es el shampoo, que NO uso, lo que uso es el acondicionador, incluso como shampoo.

El peor enemigo de una mujer.

El otro día mi hija me comentó que una amiguita había dicho que Betty Boop (el personaje de dibujos animados de los 50s) era una prostituta. Cuando le pregunto que por qué su amiga pensaba eso, me dice que por la ropa que viste y que todas las mujeres que se visten así son prostitutas también. Ya ustedes saben, ¿verdad? El frenazo, el trago en seco, la mente trabajando a millón. Qué le digo, qué le digo. Si una se altera, después no quieren hablarte, si criticas su amiga, menos. Uf.

Lógicamente, la primera pregunta fue si ella sabía lo que es una prostituta. Segundo, el sermón sobre no juzgar, aceptar el estilo personal, la libertad y demás conceptos que, gracias a mi eterna letanía, pareciera que mi hija ha captado porque me contestó que ella no pensaba igual y había tratado de explicarle a la amiga.

Esa conversación me dejó pensando en todas las veces que nosotras las mujeres, yo misma incluida, nos descalificamos mutuamente. Somos las primeras en criticar, juzgar y destripar a una compañera por sus actos, sus decisiones, su actitud, lo que sea. Y lo hacemos de una manera tan cotidiana y natural que lo estamos inculcando en las niñas, así el día de mañana ellas también descalificarán a las mujeres de su entorno. Hasta el hecho de criticar a una artista influye. Cada vez que decimos en voz alta que Taylor Swift es un avión o Miley Cyrus una loca, las estamos enseñando a no ser solidarias ni respetar a otras mujeres.

Es una constante que las primeras enemigas que una mujer tiene son las mismas mujeres a su alrededor. Yo, personalmente, soy incapaz de llamar chapiadora a una mujer, por peor que me caiga. En esa palabra, la de moda ahora, va toda la carga patriarcal que le endilga a la mujer todo lo sucio y malo de la humanidad. La infidelidad, los cuernos, el abandono, la deshonestidad, el interés y demás. Entonces, por supuesto, si el marido es infiel, es por culpa de esa mujer vagabunda que lo sonsacó, si el hijo se casa, es por esa arpía que no quiere a su familia, si es en el ambiente laboral, por supuesto que se está acostando con un jefe para tener ese puestazo, hasta «está aburrida hoy porque el marido no le hizo nada». Los ejemplos son infinitos  Me parte el corazón escuchar mujeres llamándose a sí mismas con ese término, acusando de sinverguenza a una víctima de violencia doméstica, escondiendo toda su ira detrás del «ella me lo quitó».

Pero esto no cambiará si no cambiamos nosotras. Si no paramos hoy, de criticar, juzgar y acabar con otras mujeres, como deporte. El mal comportamiento seguirá estando ahí, pero, ¿de verdad es a ti que te toca juzgar la vida y las decisiones de esa mujer que criticas? Piénsalo antes de hablar.

La imagen es del fanpage de la Dra. Nancy Alvarez.

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Se nos avecina una catástrofe, ¿qué vamos a hacer?

Lo que este congreso va a aprobar es una barbaridad que convertirá a las mujeres dominicanas en uno de los grupos más desprotegidos del mundo. Puede ser que yo, personalmente, no vaya a parir más, pero eso no significa que no me duelan mi hija, mis sobrinas y los millones de niñas y mujeres que no conozco.
A mí me gustaría que esta fuera una discusión de principios y derechos, y no de pecados ni dogmas, pero al parecer, las iglesias pretenden, con la seguridad que les da el poder que tienen y ejercen, continuar dictando los preceptos de conducta y “moralidad” de esta sociedad. He intentado por todos los medios que, en mi discurso personal, no entre el factor religioso, pero ha sido muy difícil dada la insistencia de estos grupos que, a como dé lugar, insisten en convertir esto en un tema moral. De buenos y malos. De píos e impíos. Qué cansancio.

Si los curas y pastores quieren que sus mujeres se sienten a esperar pacientemente su muerte, como dijo el Cardenal ayer, pues que las adoctrinen. Que desde su púlpito les ordenen no buscar atención médica ni siquiera en casos de gravedad, que cuando tengan un embarazo ectópico, se retiren a orar y a morir. Tienen todo el derecho del mundo a hacer eso.

A lo que no tienen derecho es a imponer sus visiones de muerte en toda la población. Los curas y pastores deben entender que el Estado (que no nos cansaremos de pedir que se comporte como el poder laico que debe ser), tiene una obligación con una cosa que se llama SALUD PÚBLICA. Y la salud es un tema de todos y todas, sin importar raza, credo, género ni diferencias de criterio. Lo mínimo que una sociedad civilizada puede garantizarle a sus ciudadanos y ciudadanas son las condiciones para conservar su vida.

Nadie que haya atravesado por la difícil decisión de abortar, o haya acompañado a esa mujer, puede decir que es algo antojadizo, fácil, o que se toma a la ligera. Exigir un derecho a decidir no obligará a ninguna mujer a abortar, y no es, para nada, lo que los grupos que están movilizándose quieren. Se ha sido muy específico sobre las TRES excepciones que se quiere incluir en el Código Penal: cuando peligra la vida de la mujer, cuando ésta ha sido víctima de violación o incesto, o cuando el embrión o feto presenta malformaciones incompatibles con la vida.

A mí me cuesta comprender que haya gente que no entienda esto. Que desde su “superioridad moral” entienda que tiene el derecho de decidir sobre la vida de millones de personas. Pareciera que ser Pro-Vida lo que busca es que mueran dos personas a la vez. Y eso no se lo podemos permitir. Ni al Congreso ni a las iglesias. Son nuestras vidas.

* Las imágenes son de la manifestación realizada el miércoles 10 de dic, 2014, frente al Congreso Nacional, en la que una comisión formada por miembros del Colegio Médico Dominicano y representantes de organizaciones feministas logró, a duras penas, entregar una comunicación a un grupo de Diputados.

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Nuevamente, ¿la élite vs. el pueblo?

Con muy contadas excepciones, a mí no me gusta la llamada música “urbana”. Llámese el rap, el reguetton, su primo pobre, el dembow, y demás yerbas. No se escucha en mi casa y he procurado que mi hija no se aficione a ella, no he logrado mantenerla completamente en la burbuja, pero, al menos, no imita a Amara La negra. Y no me molesta explicar por qué no me gusta: sin ánimo de generalizar, la mayoría de sus exponentes basan su creación en explotar a la mujer como objeto sexual, en alabar las drogas y las armas, y, por tanto, enseñan a dirigirse a las chicas así y a esperar ese tipo de intercambio. Así se lo he explicado a mi hija y a mis sobrinos, que sí oyen este tipo de música. Hace años, hasta mandé a cambiar la música en un cumpleaños porque pusieron La Gasolina de Daddy Yanquee (eso fue famoso).

Hago esta aburrida introducción para aclarar por qué no estoy de acuerdo ni con la llamada “limpieza de la música” ni con catalogarla como “veneno de la sociedad”. La música es el reflejo de lo que sus exponentes piensan, sienten y viven, y el reflejo espontáneo de una sociedad es lo que la sociedad es. Nuestros barrios están llenos de drogas, de promiscuidad, de vagancia, de crimen, de corrupción. De niñas que se embarazan para salir de la extrema pobreza, a los 10-12-14 años, de muchachos que son reclutados por el microtráfico al salir de la escuela pública, jóvenes que no estudian, no trabajan, y han visto en estas estrellas de la música los únicos modelos a seguir, con los que se identifican, en los que pueden creer. Entonces, ¿de qué creen ustedes que van a tratar sus temas? No seamos ingenuos.

Obviamente, con esto no quiero decir que nuestros barrios no albergan gente trabajadora, estudiosa, valiosa en todos los sentidos. No quiero ser ni injusta ni ciega, pero reconozcamos los malos ejemplos que, como sociedad, en general damos. Sobre todo cuando esos mismos jóvenes de los barrios se sienten sin oportunidades y ven a otros igual que ellos cambiar de status. Si no condenamos, ni en la justicia ni la sociedad, al político que se enriquece desde el poder, ¿con qué moral condenamos al que vende droga en un punto? Contra eso es difícil luchar. Sin instituciones, sin escuela, con impunidad. En este caso, la música, como todas las expresiones artísticas, es un síntoma de los dolores y heridas de nuestra sociedad: lo que nos falta y lo que nos sobra.

Ahora bien, un musicón a las 4 de mañana es igual de molesto si es Vakeró como si es Sabina o Los Hermanos Rosario. Un colmadón poniendo música hasta la quimbamba de la madrugada es ilegal, toque lo que toque. Y ni me voy a referir a los que “exigen su lugar para tocar su música” y con ello contaminar a todo el mundo por igual. Vuelvo y digo: no me gusta el género. Pero menos me gusta lo que sucede en mi país. Y no es patriotismo barato, los que me conocen saben que yo no sufro de eso.

Por todo esto, me intrigó mucho la nota que leí reseñando las declaraciones del Maestro José Antonio Molina, en las que, según los titulares, decía que la «música urbana es un veneno para la sociedad», pero más adelante, lo citaban diciendo que es un reflejo de la misma. No me gustaría pensar que Molina sea uno de los que piensan que la fiebre está en las sábanas, ni que esté tan desconectado de la realidad de su país. Me niego a creer eso.

Rechazo la idea de que la solución es poner «curitas». Sí, como la linda iniciativa lidereada por un periódico local. No es ahí que está la clave del asunto, está en lo que provoca que la gente se sienta así.

¿Que esa música es fea? Sí, es feísima, y esa es mi opinión personal, pero lo que se vive es feo. ¿Que hiere sensibilidades? Lo que se vive hiere de verdad. No creo que la música urbana sea un “veneno”, ni creo que el maestro Molina esté tan desconectado. Pero ojalá -aunque lo dudo- se aproveche que éste será el tema de los próximos días para que surjan propuestas válidas para encontrar soluciones a alguna de tantas carencias.

Como conclusión: respeto de ambas partes.

Santo Domingo inhóspito

Santo Domingo es una ciudad que maltrata. Tal vez no te engulle como Nueva York, pero Santo Domingo, con su basura, sus aceras inservibles y sus talleres improvisados, te muerde, te empuja y no te muestra ninguna compasión. Al contrario, se burla de ti porque luego quiere brindarte amor.
Y sí, porque a pesar de todo eso, he de reconocer que Santo Domingo tiene su encanto y, para mí, incluso zonas idílicas. Por supuesto que en los primeros lugares siempre estarán las calles de la Zona Colonial, pues mi debilidad y enamoramiento son descarados. Subir por la Hostos, doblar en la Salomé Ureña hasta llegar al vivero frente a la iglesia Mercedes, es olvidar dónde estás. Atravesar la Meriño, mano en mano, saludar a los porteros habituales de los colmados, te transporta lejos de los atracos diarios.
Ver salir el sol en un banco del Malecón es parte del ideario de todo capitaleño de más de 30, recorrer esa avenida, desde Montesinos hasta Metaldom, un domingo en la tarde, sintiendo la brisa del mar, se compara con pocas cosas. O subir por una de las callecitas hasta la Independencia y caminar hasta Gazcue. El Gazcue hoy casi demolido y ultrajado.
Pero el idilio con la ciudad de Santo Domingo, cruza la 27 de Febrero. Amo el tramo de la av. Tiradentes, desde la San Martín hasta la Coronel Fernández Domínguez, frente al partido rojo. Esos hermosos árboles que protegen del inclemente sol son un testigo de la ciudad que antes teníamos.
Me encanta que aún haya callecitas que me sorprendan porque no las espero. Porque creo que ya no existen y, a veces, ahí están. Una combinación de verde, nostalgia y tranquilidad las hace encantadoras. Yo creo que cada barrio, cada urbanización, cada sector tiene una, y es lo que evita un éxodo masivo y que Santo Domingo se convierta en la ciudad devastada y apocalíptica que sus autoridades parecen tener en mente.
Gracias a Davide y Emmanuel que me retaron.

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