Santo Domingo inhóspito

Santo Domingo es una ciudad que maltrata. Tal vez no te engulle como Nueva York, pero Santo Domingo, con su basura, sus aceras inservibles y sus talleres improvisados, te muerde, te empuja y no te muestra ninguna compasión. Al contrario, se burla de ti porque luego quiere brindarte amor.
Y sí, porque a pesar de todo eso, he de reconocer que Santo Domingo tiene su encanto y, para mí, incluso zonas idílicas. Por supuesto que en los primeros lugares siempre estarán las calles de la Zona Colonial, pues mi debilidad y enamoramiento son descarados. Subir por la Hostos, doblar en la Salomé Ureña hasta llegar al vivero frente a la iglesia Mercedes, es olvidar dónde estás. Atravesar la Meriño, mano en mano, saludar a los porteros habituales de los colmados, te transporta lejos de los atracos diarios.
Ver salir el sol en un banco del Malecón es parte del ideario de todo capitaleño de más de 30, recorrer esa avenida, desde Montesinos hasta Metaldom, un domingo en la tarde, sintiendo la brisa del mar, se compara con pocas cosas. O subir por una de las callecitas hasta la Independencia y caminar hasta Gazcue. El Gazcue hoy casi demolido y ultrajado.
Pero el idilio con la ciudad de Santo Domingo, cruza la 27 de Febrero. Amo el tramo de la av. Tiradentes, desde la San Martín hasta la Coronel Fernández Domínguez, frente al partido rojo. Esos hermosos árboles que protegen del inclemente sol son un testigo de la ciudad que antes teníamos.
Me encanta que aún haya callecitas que me sorprendan porque no las espero. Porque creo que ya no existen y, a veces, ahí están. Una combinación de verde, nostalgia y tranquilidad las hace encantadoras. Yo creo que cada barrio, cada urbanización, cada sector tiene una, y es lo que evita un éxodo masivo y que Santo Domingo se convierta en la ciudad devastada y apocalíptica que sus autoridades parecen tener en mente.
Gracias a Davide y Emmanuel que me retaron.

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