El pasado a veces vuelve. Una cree que lo entierra y lo sella cual reliquia, pero si no haces la paces con él, si no resuelves aquello que quedó inconcluso, si ese círculo no se cierra –y por tanto no es tal-, entonces no lo enterraste.
El pasado ronda, merodea, inquieta. Por ratos te saca la lengua burlándose de ti. De tu inexperiencia, aún, de tu error, de tu equivocación. Es que no se fue, sólo lo apartaste de manera abrupta y quedó en un rincón, esperando la oportunidad perfecta.
El pasado es impasible, implacable. Te tortura y te mortifica. Te llena de remordimientos y es injusto con todas tus decisiones posteriores. Las ridiculiza comparándose constantemente con ellas.
El pasado resurge cuando menos lo esperas. Cuando no estás lista ni eres feliz. Es oportunista y aprovechado.
El pasado es todo eso y más. Pero a veces, también, es tu única salvación.
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